Palinuro de México
Este fin de semana terminé (¡Por fin!) de leer Palinuro de México de Fernando del Paso. Ha estado en mi lista de lectura desde hace tiempo pero no fue sino hasta después de leer Te Vendo un Perro de Pablo Villalobos que decidí finalmente leerla y es que en la novela de Villalobos un grupo de lectura conformado por personas de la tercera edad se encuentra leyéndola y analizándola lo que me motivó aún más. Villalobos ha comentado que si bien se estaba burlando un poco de la obra era realmente un homenaje, “Larga vida al Palinuro” escribe al final. Empecé a leer El Palinuro a inicios de este año y en abril Fernando del Paso ganó el Premio Cervantes en España, pensé que era un buen presagio. En el internet puede uno encontrar muchos análisis y calificaciones de la novela de Fernando del Paso así que no me meteré en eso.
Lo que si comentaré es que algo que no esperaba encontrar en la novela de Del Paso fue el personaje Molkas. Así me llamaba mi papá cuando estaba chamaco. En realidad me llamó de muchas formas, me llamó Pino y nunca supe por qué, me llamó Pochavacas porque hubo una etapa en que era muy malhablado y así le decían a un borrachito del barrio que maldecía a todo mundo, me llamó Molkas quizá simplemente porque estaba leyendo la novela en esos momentos, me llamó Marica muchas veces sobre todo cuando lloraba lo que me hacía llorar aún más, me llamó poco antes de morir desde su cama en el hospital porque quería “arreglar las cosas” conmigo, lamentablemente ya no había nada que arreglar.
Mi papá murió hace ya tres años y me he quedado con un buen recuerdo de él. Al final, ¿Qué hace a un hombre un ser humano sino sus propios recuerdos que escribe, que dibuja, que pinta? Y ¿qué de los recuerdos no están salpicados de mentiras que rellenan los huecos olvidados transformándolos según el humor, amor o indiferencia del momento? “Nuestro cerebro, al igual que nuestro cuerpo” le comenta el primo Walter a Palinuro, “no es otra cosa que un pequeño agregado de órganos: uno sirve para oler, otro para defecar, otro para sentir hambre o recordar un poema…”. A ver cómo me va ahora que empiece a leer La Teoría Estética de Adorno.