Julieta

Ayer, Richard y yo fuimos a ver la película Julieta de Pedro Almodóvar. Parte de la historia, basada en tres historias de la Nobel de literatura Alice Munro, transcurre en Madrid. Tomados de la mano nos remontamos al Madrid que vistamos hace ya 7 años. Yo vivía en la calle Fuencarral 39 a unas cuadras de la Gran Vía y del edificio de Telefónica, locaciones que aparecieron en varias escenas de Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios, y muy cerca del Museo Chicote donde un par de años antes Almodóvar había filmado una de las escenas más dramáticas de Los Abrazos Rotos. Mientras veíamos Julieta tratábamos de reconocer algunos de los lugares que visitamos sin mucho éxito.

El "departamento" de Fuencarral medía aproximadamente 3 x 5 metros y se encontraba en el quinto piso (por no decir en la azotea) del edificio. Me lo rentó un Venezolano que se acababa de mudar con su novio. Lo que me gustó del lugar, además de que estaba cerca del corazón de Madrid y a un lado del barrio de Chueca, fue que tenía una micro cocineta, una lavadora y mi baño propio, un plus ya que en muchos de los hostales de Madrid se comparte un baño por piso. Podía llegar caminando a La Plaza del Sol y a la Plaza Mayor y si me esforzaba un poco al Museo Nacional del Prado. Además, me tomaba menos de media hora para llegar a la Universidad, tomaba el metro en Tribunal que me llevaba hasta Cuatro Caminos donde transbordaba hasta Guzmán el Bueno.

Antes de encontrar este lugar visité un par de departamentos que vi anunciados en las revistas de segunda mano. Uno de los pisos, como dicen en Madrid, se encontraba cerca de la Plaza de España. Para ir a verlo, me monté en el metro, me entretuve un poco en la plaza y tomé la Calle de la Princesa. A lo lejos y en sentido contrario al mío vi a un tipo canoso acompañado por otro que me pareció que venía comiendo algún tipo de semillas y tirando las cáscaras en la banqueta. Me di cuenta que varias personas se le quedaban viendo y hablaban entre ellos pero sin saludarlo. Cuando crucé con el no lo reconocí inmediatamente, tuve que volver la mirada y entonces lo supe, Pedro Almodóvar.

Días antes, unas compañeras de clases me comentaron que habían visto a Gael García Bernal y nos mostraron las fotos que se tomaron con el. Yo no tuve el valor de seguir a Almodóvar, de decirle cuánto lo admira Richard que ha visto todas sus películas, de preguntarle cómo le hace para decidir la paleta de colores que va a usar en sus cintas, de dónde saca esos rojos intensos, esos azules tristes y esos amarillos potentes, de comentarle que Richard aprendió a hablar Español con sus filmes solo para hacerle sentir bien, de invitarle una taza de café o un tequila, de pedirle que si le puedo tomar una foto para enviársela a Richard o mejor aún, que si nos podemos tomar una foto, de solicitarle su autógrafo dedicado con amor a Richard, o sin amor, no importa, que simplemente me regale su firma en un pedazo de papel o servilleta usada, o qué tal un apretón de manos, o simplemente quedarme viéndole, fruncir el ceño y mentir diciéndole, creo que te conozco de algún lado... para cuando pensé todo eso Almodóvar ya había doblado en alguna de las esquinas. Me quedé con el ¡Acabo de ver a Pedro Almodóvar! ¡Comiendo semillas! ¡.... y tirándolas en la banqueta!

De vuelta en el departamento de Fuencarral 39 y esperando que fueran las 12 de la noche (8 de la mañana en Tucson) para contarle a Richard, pensé que quizá hubiera podido haber recogido algunas de las cáscaras de semillas y guardárselas para cuando viniera a visitarme o enviárselas de una vez a Tucson, ¿Para qué esperar? Quizá hoy tuviéramos un poco de Almodóvar en esas semillas, guardadas dentro de algún frasco o de un ziploc al vacío junto al póster de su película Tutto su Mia Madre (Todo Sobre Mi Madre). Quizá las hubiéramos perdido en el camino, en algún transbordo o en alguna maleta. Quizá las hubiéramos puesto en nuestras lenguas para saborear un poco de él. Quizá.