Hodai Ku´k. Donde el mar se encuentra con las piedras.
Esa fría mañana de enero de 1997 salimos de Tucson rumbo a Peñasco. Tomamos la 86 y en Why doblamos por la 85. Esa fue la primera vez que recorrí ese camino sin imaginar siquiera que 15 años después lo recorrería muchas veces más. Cruzamos Lukeville y al pasar por la aduana de Sonoyta, recordé las tantas ocasiones que acompañé a mi abuela en el autobús de Tijuana a Hermosillo después de visitar a mi tía en Los Angeles. Creo que era un punto de revisión o había una estación de autobuses. Solo recuerdo que era una bajada obligada para revisar maletas.
El día anterior estuvimos en la Biosfera 2 y como parte del tour saludamos a unos científicos que estaban viviendo en las instalaciones sin contacto con el mundo exterior excepto para saludar a los turistas de forma ocasional por detrás de unas grandes vidrieras en una especie de Big Brother antes de Televisa. En el camino a Peñasco visitamos la reserva del Pinacate. Descubrir la oscura y resplandeciente tierra, los enormes ríos de lava petrificados, las grandes dunas de arena y el viento, el fuerte viento que se sentía venir desde el interior del El Elegante, como si el volcán apagado te quisiera tragar y escupir al mismo tiempo fue impresionante. Pero nada como la vista desde lo alto de las dunas. Hacia el sur, el horizonte, ahí donde el mar se encuentra las piedras.
Cuatro años después regresaría a Puerto Peñasco a tomar fotos de los avances en las construcciones de los condominios y hoteles en Sandy Beach como parte de mi trabajo en la Secretaría de Turismo. En esa ocasión acompañé en una avioneta oficial al entonces hijo del Gobernador y su familia que iban a pasar un fin de semana largo en la playa. En cuanto los dejamos en el aeropuerto, el piloto retomó el vuelo de regreso a Hermosillo y dio un par de vueltas sobre los edificios para que tomara las fotos. Desde lo alto las grades montañas se veían pequeñas, insignificantes, se perdían en la vastedad del desierto y del mar. El vuelo de regreso a Hermosillo apenas nos tomó una hora.
Antes de mudarme a Peñasco en el 2011, tuve varias oportunidades de visitar el puerto, algunas de ellas de trabajo y otras más de turista. En una ocasión íbamos por la recién inaugurada carretera costera rumbo a San Luis y nos detuvimos a la orilla del camino, estaba atardeciendo y teníamos prisa por no llegar muy noche. Mientras orinaba alcé la vista y ahí, junto al mar, estaba el Cerro Prieto, como lo estaba hace 10, hace 100, hace quizá 10,000 años antes. Hodai Ku'k lo nombraron los Tohono O'odham, a quienes les tomaba días, incluso semanas en llegar desde lo que hoy se conoce como el sur de Arizona para realizar sus ceremonias y la colecta de sal y conchas. Y se me vino a la mente el Tákale en San Carlos, (Tetakawi le dicen los Yoris), lugar sagrado para los Yaquis y Seris.
Después de casi 6 años de vivir en Peñasco, Richard y yo empacamos nuestras cosas y nos mudamos a Tucson. ¿Que si extraño el mar? Si. ¿Que si me quiero regresar a Peñasco? No. Al menos no por ahora. Aquí empezamos a construir nuevo hábitos. Tengo las montañas Babad Do'ag al noreste, Las Cew Do'ag al este, las To:wa Kuswo Do'ag al sur y las Cuk Do'ag al oeste. He levantado mi propio Hodai Ku'k, mi propio Tákale. Estoy en casa.