El árbol
Salgo a buscarte y quien me encuentra eres tú. Voy hacia ti, cierro los ojos y te abrazo fuertemente. Eres la sombra que me protege, que me resguarda de temporales. Tus raíces son las mías. Mi árbol, mi madre. Los árboles dan vida, nací de ti, me tomaste de la mano dejándome columpiar en tus brazos, tus ramas.
Escucho el viento entre tus hojas, mil hojas en forma de consejos sobre la vida que me has dado. ¡Cuídate! un beso, un abrazo y al final una bendición que me parece eterna. Me lloraste, ¡cuántas veces me has llorado! En mis ires y venires, en mis ayeres y mis presentes. La suave brisa entre tu cabello son tus cantos de cuna, de siempre.
Mi refugio de verano y de fin de año. El otoño está aquí en ti. Sabes que viene el invierno, ¿y luego, qué? te preguntas y me preguntas temerosa de lo que pueda pasar. Nada, dicen que los árboles pueden llegar a vivir cientos de años, no te preocupes, toda va a estar bien. Y sigues dando vida a pesar del frío. A pesar del tiempo.
“Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchemos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es.” - Hermann Hesse.