De Ícaros y Fénix está lleno el mundo (In memoriam).

El Albatros

El albatros abre sus grandes alas y le pide al viento que sople fuerte, que lo lleve a encontrar su destino. Se precipita hacia la superficie del mar, apenas la toca y se remonta de nuevo al azul infinito.

De vez en cuando se detiene en lo alto de una roca y construye castillos en los acantilados. Castillos de arena y piedra craquel habitados por fantasmas de un futuro que se inventó para seguir adelante.

Errante y vagabundo, el albatros viaja ojeroso y sombrío de recuerdos que no fueron, que no son. Sueña despierto con tener alas para poder volar pero pronto descubrirá que no se puede huir de uno mismo.

Día a día surca el firmamento de los Guaimas, del Vigía al Lengua de Víbora y del Nacapule al Cabo Haro. Con su vuelo parte en dos los atardeceres de fuego y las nubes de amapolas de su cielo natal.

Cada noche busca refugio en las estrellas y el único refugio que encuentra es el calor de sus propias alas. "Mañana", se dice a si mismo, "mañana", y duerme y sueña con ese día que aún no sabe que no llegará.

Mientras alza el vuelo sobre el mar bermejo y el desierto de Sonora, el albatros dibuja Nautilus para Gaudí y Calatrava. De pronto, nada. Entre el cielo y el suelo del águila que devora una serpiente, ya nada.

Simplemente nada.