Estaba la muerte un día dividi…

Acabo de terminar de leer "Le pedí tiempo a la Muerte" de Mónica Hammeken. Desde el título pude notar la mayúscula en la M; la muerte con nombre propio pensé inmediatamente. Existen muchos análisis sobre la representación de la muerte en la literatura, unos buenos y otros no tanto, por lo que no voy a hablar de eso. Si te interese saber más al respecto lee aquí, aquíaquí, o aquí. Si eres más de los que te gustas las listas, aquí hay una de novelas y aquí una de películas que tienen como personajes a la muerte.

¿Entonces? Entonces diré que Mónica me hizo reflexionar en que hoy, así como el personaje de Rafael en sus últimos días de vida, me siento en paz. Y si hoy me siento así es porque hubo un tiempo en que no lo estaba.

Recuerdo muy bien ese día. Hacía varios días que no servía el timbre de la primaria y los maestros se turnaban enviando alumnos para que avisaran salón por salón que el recreo había comenzado. Ese día era el turno de mi grupo y la maestra decidió que siendo yo el más aplicado, tendría como premio avisar la hora del recreo. Salí, me paré frente a la puerta de uno de los salones, toqué, espere a que el maestro gritara "adelante", le comenté que mi maestra me había enviado para avisar que era la hora de recreo. El dijo "gracias", yo dije "de nada" y salí hacia la puerta de otro salón a tocar y repetir el discurso. En eso estaba cuando otro compañero de mi propio salón pasó corriendo a mi lado y gritando "hora de recreo", "hora de recreo", "hora de recreo" mientras cruzaba velozmente hacia el otro edificio, "hora de recreo", "hora de recreo" mientras todos salían gritando de sus salones. Después entendí que mi método de ir puerta por puerta, no era funcional. Se corrió la voz por la escuela del jotito pidiendo permiso para entrar, del mariconcito diciendo "denadas" a los maestros, jajajaja.

Ese día llegué a casa y me encerré en mi recámara. Estaba solo, mi mamá trabajando y mi hermana en clases de danza. Me recosté y en mi cabeza retumbaban jotito, mariconcito (si, así en diminutivo), sin siquiera entenderlo. Y empecé a llorar y quería gritar y corrí a la cocina y tomé un cuchillo y me lo encajé en la panza, pero era tan malo y tan marica para esas cosas que no me lo encajé bien y me ví ahí, de 9 años, tirado en la cocina, con un cuchillo en la mano, sin ninguna herida y me fui a mi recámara y lloré y lloré y me quedé dormido. Me desperté en la noche cuando escuché a mi mamá llegar, - ¿Vas a cenar? - No, no tengo hambre. - ¿Que no comiste? - No, es que me quedé dormido. - ¿Te sientes mal? - No. - A ver (la mano en la frente), no, no tienes fiebre. 

En ese momento, a falta de una Ofelia (que es el nombre con el que Rafael y su hermano Martín conocen a la huesuda) hice un trato conmigo mismo: nunca más. Además, no sé qué hubiera hecho si a tan corta edad me hubiera encontrado con una muerte tan camp como Ofelia, de zapatillas, medias y vestido negro, quizá me hubiera abierto los ojos, uno nunca sabe. Y pensándola bien, los infiernos de las pesadillas de Rafael ya los viví en carne propia en los bares del DF, San Francisco y Madrid, así que me quedo con la propuesta de Mónica de sabrosearme la vida como Rafael se sabroseó a Ofelia.

Estaba la muerte un día di vi di

Sentada en su escritorio do vo do

Buscando papel y lápiz di vi di

Para escribirle al lobo do vo do

Y el lobo le contestaba da va da

que si vi di vi di

que no vo do vo do 

la-muerte