Fuencarral 39, parte I. “¡Joder!”
En el 2010, las cosas no iban bien en España. Los Sudacas*, contratados por constructoras españolas por salarios inferiores a los mínimos fueron despedidos durante la crisis inmobiliaria del 2008. Así que los Sudakas se habían quedado sin trabajo y se habían quedado en España porque no tenían dinero para regresar y porque ya no querían regresar a sus países donde la crisis pegó aún más fuerte.
Así fue como conocí a Fernando, el Venezolano que me rentó el piso de Fuencarral 39. Fernando había llegado a Madrid casi una década antes en el boom de la construcción pero ahora se había quedado sin trabajo y necesitaba dinero. A Fernando me lo presentó Ricardo, a quien conocí cuando estaba buscando la dirección de un departamento en renta. Era mi primera visita a Madrid y mientras buscaba el departamento aprovechaba para tomar fotografías de la ciudad. Ricardo me siguió por varias calles y las dos o tres veces que volteé antes de acercármele y saludarlo, hacía como que miraba un edificio o una vidriera. “De dónde eres tío, que de España no, ¡he!”, me dijo después de que lo saludé. “Soy de México”, contesté. “No conozco Méjico” comentó seseando la "z" y arrastrando la “j” como quien quiere escupir algo, “…pero conozco varios Mejicanos”. “Ando buscando la dirección de un departamento en renta que vi anunciado” le dije "... en alquiler ..." me corregió. Me comentó que conocía a alguien que podía alquilarme un piso pero que en ese momento iba atrasado y que si podíamos quedar en tomar un café el viernes, así le daba tiempo para preguntarle a su amigo si aún lo tenía disponible. “Te espero en la Plaza Mayor, ¿vale?”, “¡Vale!” le grité mientras se alejaba apresurado y con pasos cortos.
Cuando nos encontramos la noche del viernes me dijo que había cambiado de planes, que me invitaba a su departamento a cenar algo porque no había tenido tiempo de almorzar. No esperaba su invitación pero acepté porque aún no me llegaba la beca, se me había dificultado cambiar mis cheques de viajero y andaba corto de "metálico". En el único lugar que pude canjear los cheques (a cambio de comprar algo) fue en El Corte Inglés. "Es una chorrada", me dijo la cajera, "pero es que con esta crisis nadie te los va recibir... ni los billetes de 100, ¡ha!".
En cuanto entramos a su piso, Ricardo abrió una botella de vino, “Del Duero”, enfatizó mostrándomela, y yo asentí como si realmente supiera de lo que me estaba hablando. Llenó dos copas y las puso en la mesita de centro junto con un plato de aceitunas. Empezamos a platicar de la vida en Madrid, de su trabajo, de la crisis. En media plática se levantó y encendió varias velas que estaban en la mesita de centro y apagó las luces. Se sentó de nuevo a mi lado y puso su mano sobre mi rodilla. Me tomó de sorpresa, no sabía qué hacer y lo único que se me ocurrió decir fue “Tengo pareja”. Se me quedó viendo unos instantes y sin decir nada se levantó, prendió las luces y apagó las velas. Tomó el plato con aceitunas de la mesita y se fue a la cocina. “No me habías dicho que tenías pareja” me dijo mientras regresaba las aceitunas a un frasco y le ponía el corcho a la botella de vino. “Pues… apenas nos conocimos y casi ni hablamos” le dije. “¡Joder!” exclamó arrastrando con más fuerza que de costumbre la “j”. Recogió mi copa a medias de la mesita y tiró el vino en el fregadero, “Vale, vale, entonces nos vemos mañana en La Copa, el bar frente a la Plaza de Mellá, no se pierde”. Se acercó a la puerta, “Está cerca de tu hostal”, y la abrió, “Todas las noches quedamos ahí”. Me levanté y salí del departamento, “A las 11”, y cerró la puerta detrás de mi.
Bajé rápidamente las escaleras de caracol y salí del edificio. Me estaba muriendo de hambre, caminé un par de cuadras, pasé por la Real Casa de Correos y me compré un pedazo de pizza en la esquina de la Calle de las Carretas. Me senté en la parada de autobús que estaba enfrente a comerla mientras veía a la gente entrando y saliendo de la estructura de vidrio de la Puerta del Sol. Eran como las 9:30 de la noche pero apenas estaba oscureciendo. Me animé un poco, la marcha Madrileña apenas comenzaba.
*Forma despectiva en que los españoles llaman a los nativos de Latinoamérica. No somos Mexicano, Hondureños, Colombianos o Argentinos, todos somos Sudakas. Sudakas se deriva de Sudamericanos.