Fuencarral 39, parte II. “Bienvenido”
Esa noche en La Copa, Ricardo me presentó a Fernando y otros "chavales" más, entre ellos el administrador del bar. Fernando me habló del departamento y me invitó a que lo fuéramos a ver, “está a unas cuadras de aquí, por Fuencarral, en el número 39” me dijo. El departamento estaba en la azotea y para llegar a el había que subir el último tramo por una escalera de fierro y caminar por un pasillo largo y estrecho que daba acceso a otros departamentos.
El departamento era muy pequeño, alargado, en forma de “L”, con una cómoda, un sofá-cama y una micro cocineta al final. Al fondo a la izquierda un baño completo y a la derecha un espacio para tender ropa que daba a la única ventana. “¿Tiene agua caliente?”, le pregunté, “Si”, me dijo, “No te preocupes por agua, gas o electricidad, todo está incluido en el alquiler”. Cuando me dijo el precio me pareció muy caro pero en verdad quería vivir cerca del centro para poder llegar caminando al Museo del Prado, al Palacio Real, al Parque del Retiro o la Plaza del Sol. No la pensé mucho, la lavadora era un plus y podría refrigerar un litro de leche o un "zumo" de naranja para desayunar y cocinar algo de vez en cuando en la estufa eléctrica de dos quemadores. “Está bien”, le dije, “Me lo quedo”. Antes de entregarme las llaves me advirtió, “Otra cosa. Tengo algo de ropa que no me puedo llevar, así que se quedará en los cajones de la cómoda”. “Está bien”, contesté. De regreso al bar saqué el dinero de la renta de un cajero, me entregó la llave y nos despedimos. La mañana siguiente, antes de ir a la escuela, desocupé el hostal y me instalé.
El edificio de Fuencarral 39, conservaba la fachada de ventanales con terrazas. El decorado provenzal de la primera mitad del siglo pasado se dejaba ver en los pisos de mármol y los pasamanos de madera de la escalera, aunque todo se veía venido a menos por la falta de mantenimiento. En la azotea vivíamos puros "Sudacas", lo supe porque a través de las paredes podía escuchar sus voces y pasos apresurados por la mañana, olía sus comidas fritas por las tardes y percibía un fuerte olor a marihuana por las noches. De vez en cuando jugaba a ponerle nacionalidad a sus acentos, "Colombiano.... el cantadito es inconfundible"; "Este es Argentino aunque... puede ser Uruguayo....".
Varias madrugadas me despertaron los ruidos de golpes de cama contra la pared. Se escuchaban gritos y jadeos. La primera vez que lo esuché no pude dormir, pero fue muy divertido y en mi imaginación les puse caras y trataba figurar qué estaban haciendo. La segunda vez esperé a que terminara la acción y salí al pasillo a caminar muy casual, hacía como si estuviera llegando o saliendo del departamento. Recorrí el pasillo varias veces, quería verles la cara pero no salieron, ni esa ni la tercera vez que los escuché. La cuarta y demás veces ya no fue tan divertido, de hecho era ya tan poco divertido que mejor me salía del departamento con tal de no escuchar los sonidos de la pasión.
Bienvenido a Fuencarral 39.