Fuencarral 39, parte IV. “Iñaki”
En el largo pasillo de la azotea de Fuencarral 39 en Madrid, mis compañeros Sudacas dejaban las puertas abiertas de sus departamentos y se sentaban en el piso a conversar, fumar, compartir un botellón o un porro y escuchar música salsa. Yo vivía en el número 4 y solo utilizaba el mini departamento para bañarme, dormir y lavar la ropa. El resto del día estaba en la escuela o paseando, sobre todo los fines de semana. La mini cocina no invitaba a cocinar, si acaso un vaso de leche o un zumo de naranja con un pedazo de pan o alguna fruta. La cafetería de la universidad tenía comidas corridas por 6 euros que incluía el postre y una bebida a tu elección: agua, coca cola, cerveza o vino. Así es como todos llegábamos medio mareados a nuestras clases, que empezaban justo después de comer.
Después encontré un restaurant que servía comidas por 9 euros con una botella de vino en medio de la mesa. Me di cuenta que las botellas las llenaban de una barrica de madera que estaba en el pasillo rumbo al baño, "vino de la casa" dijo la mesera. Cuando Richard me visitó lo llevé ahí. Copa tras copa y después de pedir otra botella me dijo "nos va a salir muy caro", "no te preocupes, yo pago", le dije. No podía creerlo.
En busca de "la movida", mis amigos de la universidad y yo nos embarcábamos a explorar "la marcha" madrileña los fines de semana. Para evitar malas miradas y que nos llamaran Sudakas decidimos imitar su acento. Arrastrábamos la "j", seseábamos, decíamos "joder", "coño" y "me cago en la leche", pedíamos "chupitos" y hasta nos cambiamos los nombres. Yo me llamaba Iñaki y mis compañeros Almudena, María Pilar, Josefa, Iker y Felipe (por el rey), nos parecieron nombres muy españoles pero no convencimos a nadie. Lo que nunca se nos olvidó fue cómo pedir una cerveza: "¡Ponme una caña, macho!"