De togas y birretes
Es tiempo de graduaciones y la Universidad de Arizona se ha convertido en en un ir y venir de graduantes con toga y birrete. Los birretes con los que posan para las fotos son geniales, los decoran con sus nombres, palabras de aliento, lentejuelas, flores y hasta con paquetes de galletas cheez-whiz.
Supongo que si hubiéramos usado toga y birrete cuando me gradué de Ingeniero de la Universidad de Sonora en el 93, hubiera adornado mi birrete con Pulparindos o Rielitos, pintado a la Go West de los Pet Shop Boys o forrado con tela dorada a lo 24 kilates de Paulina Rubio. Nieva, nieva, en mi primavera... Ya me ví.
Cuando estaba en la Secundaria Federal # 4, un amigo me invitó a una boda en el Casino de Hermosillo. La fiesta fue en el segundo piso y es que en esos tiempos, a esa edad, sin iPhone, sin internet y sin los tanates para sacar a bailar a las morras o tomar alcohol, nos dimos a la tarea de ver desfilar por el primer piso a los graduantes del Tec de Monterrey. Nos sentamos en la escalera y a falta de botones donde dar Like, Haha o Wow, nos dedicamos a stalkearlos y reír y comentar entre nosotros en tiempo real.
Era 1985 así que uno tras otro los graduantes junto con sus familias desfilaban con peinados de salón petrificados de tanto Aqua Net. Las muchachas llevaban maquillaje "dramático", vestidos con mucha pedrería y grandes aretes, los batos usaban sacos con grandes hombreras, camisas color pastel y delgadas corbatas a la Miami Vice. Todo un espectáculo desde gayola.
Pero había algo que no nos cuadraba. Algunos invitados se veían diferentes. No parecían haber conprado sus ropas en el otro lado o haber ido con Ramon Ygnacio a cortarse el pelo o peinarse. No era solamente la apariencia, era también la actitud. Estábamos intrigados.
¡Ya sé! me gritó mi amigo de repente ¡Son los becados! Yo volteé a verlo admirado como si hubiera descubierto el hilo negro o escrito la teoría de la relatividad. De seguro los trajes son rentados, afirmó. Nos reímos tanto que solo asentimos con la cabeza sin decir nada más. El estaba orgulloso de haber encontrado la respuesta al enigma y aceptó entre carcajadas mi reconocimiento a su inteligencia.
Seguimos viendo el desfile por varios minutos más, dándole a los invitados del primer piso nombres y apellidos que solo conocíamos del periódico, Mazón, Camú, Pavlovich, hasta que empezaron a tocar el vals de la boda. ¡Vamos a ver qué pedo con el vals!, me dijo mi amigo, ¡Vamos! le contesté y subí por la escalera sin siquiera imaginar que 8 años después asistiría a mi graduación al mismo Casino de Hermosillo y desfilaría bajo esa misma ecalera con un traje rentado del Yomarvig Cermonias.